"Se
debe tender, no sólo a la hora de planificar las actividades,
sino también a la hora de evaluar, a una mirada integral del
alumno como usuario del discurso, sumándose a este uso, la
capacidad de reflexionar sobre él. De este modo, desde este punto
de vista, la evaluación no puede quedar desarticulada del resto
de las prácticas áulicas sino que forma parte del proceso de
construcción del conocimiento lingüístico. Tampoco se evalúan
saberes aislados (por ejemplo: la clasificación de los
sustantivos o la definición de oración). Por el contrario, se
aspira a que se evalúe la lengua en uso: cómo un alumno habla,
lee, escribe (es decir, cómo pone en juego competencias
pragmáticas), y, en ese contexto, cómo integra los conocimientos
y aspectos gramaticales, morfosintácticos, fónicos,
pragmáticos..."
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“Se
deben evaluar procesos de apropiación de los textos, en lo
posible a través de
productos
donde los alumnos puedan poner en escena qué leyeron y cómo:
reseñas, prólogos de antologías, contratapas, un diario de
poesía, etc.
No se
debieran evaluar interpretaciones de las obras literarias (como
lectura cerrada, lineal, unívoca), ya que no hay una correcta.
Las
prácticas del lenguaje forman parte de un proceso integral que
el alumno debe transitar a lo largo de toda la Secundaria en
general, y de todo el año, en forma particular. Todas las
prácticas han de estar enmarcadas en un proceso gradual que
incluye siempre la relación entre la evaluación y las
condiciones didácticas en que se produce el aprendizaje.”
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